domingo, 1 de diciembre de 2013
Una gruta que habla
Acabamos de comenzar la Novena de la Inmaculada. Tiempo de especial Gracia de Dios. No hay día que alguien no me diga...reza que espero estos días un milagro.
Pues en este tiempo de Gracia creo que es muy bueno volver a Massabielle dónde la Señora visita a una jovencita de 14 años a la que le revela su verdadero nombre: Soy la Inmaculada Concepción. Palabras que deberíamos poner en Mayúsculas.
Pero hoy no quería detenerme en ninguno de los mensajes de las 18 apariciones de la Virgen sino en unas palabras de Bernardette, las primeras que se recuerdan de la doncella de Lourdes, pero para eso antes hay que te situarlas...
Bernardette, la muchacha de 14 años, que va a la gruta es una niña que sufre. Vive en un tugurio, una antigua cárcel reducida a la más extrema pobreza en la que sólo hay para comer pan negro y frío húmedo y la niña lo primero que dice es: cuando Dios lo permite, no tenemos que quejarnos.
La Señora en Massabielle podía haber dado el consuelo a esa pobre joven, podría haber aliviado sus penurias, su desgracia o su enfermedad...pero no. María sólo le ayuda a que abrace la cruz sin quejarse: estoy molida como un grano de molino; y nosotros, ¿cuantas veces nos quejamos?
Para Bernardette la felicidad no es ser curada de la enfermedad sino acudir a la Cueva, La Gruta es mi Cielo, porque nadie le podía dar más felicidad que María.
Pues tu y yo, como dice San Josemaria, si fuéramos leprosos nuestra madre nos abrazarí
, sin miedo ni reparo alguno besaría las llagas...pues nuestra Madre al sentir que tenemos lepra, que estamos llagados, hemos de gritar, ¡Madre!, y la protección de nuestra Madre es como un beso en las heridas que nos alcanzara la curación.
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