Queridos hermanos y hermanas
:
Estamos aquí, en este encuentro del Año de la fe dedicado a María,
Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre nuestra. Su imagen, traída desde Fátima,
nos ayuda a sentir su presencia entre nosotros. María siempre nos lleva a
Jesús. Es una mujer de fe, una verdadera creyente. ¿Cómo es la fe de María?
El primer elemento de su fe es éste: La fe de María desata el nudo del
pecado (cf. lg, 56). ¿Qué significa esto? Los Padres conciliares han tomado una
expresión de san Ireneo que dice así: «El nudo de la desobediencia de Eva lo
desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe, lo
desató la Virgen María por su fe».
El «nudo» de la desobediencia, el «nudo» de la incredulidad. Cuando
un niño desobedece a su mamá o a su papá, podríamos decir que se forma un
pequeño «nudo». Esto sucede si el niño actúa dándose cuenta de lo que hace,
especialmente si hay de por medio una mentira; en ese momento no se fía de la
mamá o del papá.
Ustedes lo saben. ¡Cuántas veces pasa esto! Entonces, la relación con
los padres necesita ser limpiada de esta falta y, de hecho, se pide perdón para
que haya de nuevo armonía y confianza.
Algo parecido ocurre en nuestras relaciones con Dios. Cuando nosotros
no lo escuchamos, no seguimos su voluntad, cometemos actos concretos en los que
mostramos falta de confianza en él – y esto es pecado –, se forma como un nudo
en nuestra interioridad. Estos nudos nos quitan la paz y la serenidad. Son
peligrosos, porque varios nudos pueden convertirse en una madeja, que siempre
es más doloroso y más difícil de deshacer.
Pero para la misericordia de Dios
nada es imposible. Hasta los nudos más enredados se deshacen con su gracia. Y
María, que con su «sí» ha abierto la puerta a Dios para deshacer el nudo de la
antigua desobediencia, es la madre que con paciencia y ternura nos lleva a
Dios, para que él desate los nudos de nuestra alma con su misericordia de
Padre.
Cada uno de nosotros tiene algunos y podemos pedirnos dentro de
nuestros corazones cuáles son los en mi vida. ¡Eh padre! Los míos no se pueden
desatar. Es una equivocación. Todos los nudos de la conciencia pueden
desatarse. Pido a María que me ayude a tener confianza en la misericordia de
Dios, para desatarlos, para cambiar. Ella, mujer de fe, seguro que nos dirá: ve
adelante, ve a lo del Señor y ella nos lleva como madre al abrazo del Padre de
la misericordia. ¿Le pido a María que me ayude a tener confianza en la
misericordia de Dios para cambiar?
Segundo elemento: la de fe de María da carne humana a Jesús. Dice el
Concilio: «Por su fe y obediencia engendró en la tierra al Hijo mismo del
Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu
Santo» (lg, 63). Este es un punto sobre el que los Padres de la Iglesia han
insistido mucho: María ha concebido a Jesús en la fe, y después en la carne,
cuando ha dicho «sí» al anuncio que Dios le ha dirigido mediante el ángel.
¿Qué quiere decir esto? Que Dios no ha querido hacerse hombre
ignorando nuestra libertad, ha querido pasar a través del libre consentimiento
de María, de su «sí».
Y Dios le ha pedido: ¿Estás dispuesta a esto? Y ella dijo
sí.
Pero lo que ha ocurrido en la Virgen Madre de manera única, también
nos sucede a nosotros a nivel espiritual cuando acogemos la Palabra de Dios con
corazón bueno y sincero y la ponemos en práctica. Es como si Dios adquiriera
carne en nosotros. Él viene a habitar en nosotros, porque toma morada en
aquellos que le aman y cumplen su Palabra.
No es fácil entender esto pero sí
sentirlo en el corazón.
Pensamos que la encarnación de Jesús es sólo algo del pasado, que no
nos concierne personalmente? Creer en Jesús significa ofrecerle nuestra carne,
con la humildad y el valor de María, para que él pueda seguir habitando en
medio de los hombres; significa ofrecerle nuestras manos para acariciar a los
pequeños y a los pobres; nuestros pies para salir al encuentro de los hermanos;
nuestros brazos para sostener a quien es débil y para trabajar en la viña del
Señor; nuestra mente para pensar y hacer proyectos a la luz del Evangelio; y,
sobre todo,ofrecerlenuestro corazón para amar y tomar decisiones según la
voluntad de Dios. Todo esto acontece gracias a la acción del Espíritu Santo.Y
así somos instrumentos de Dios para que Jesús actúe en el mundo a través de
nosotros.
El último elemento es la fe de María como camino: El Concilio afirma
que María «avanzó en la peregrinación de la fe» (lg, 58). Por eso ella nos
precede en esta peregrinación, nos acompaña y nos sostiene.
¿En qué sentido la
fe de María ha sido un camino? En el sentido de que toda su vida fue un seguir
a su Hijo: él es la vía, él es el camino. Progresar en la fe, avanzar en esta
peregrinación espiritual que es la fe, no es sino seguir a Jesús; escucharlo y dejarse
guiar por sus palabras; ver cómo se comporta él y poner nuestros pies en sus
huellas, tener sus mismos sentimientos y actitudes:
¿Y cuáles son las actitudes e Jesús? Humildad, misericordia, cercanía,
pero también un firme rechazo de la hipocresía, de la doblez, de la idolatría.
La vía de Jesús es la del amor fiel hasta el final, hasta el sacrificio de la
vida; es la vía de la cruz.
Por eso, el camino de la fe pasa a través de la cruz, y María lo
entendió desde el principio, cuando Herodes quiso matar a Jesús recién nacido.
Pero después, esta cruz se hizo más pesada, cuando Jesús fue
rechazado. María estaba siempre con Jesús, lo seguía a Jesús en medio al
pueblo y escuchaba sus chismeríos, las odiosidades, de quienes no lo querían. Y
esta cruz ella la llevó.
La fe de María afrontó entonces la incomprensión y el desprecio; y
cuando llegó la «hora» de Jesús, la hora de la pasión: la fe de María fue
entonces la lamparilla encendida en la noche.Esa lamparilla en plena
noche.María veló durante la noche del sábado santo. Su llama, pequeña pero
clara, estuvo encendida hasta el alba de la Resurrección; y cuando le llegó la
noticia de que el sepulcro estaba vacío, su corazón quedó henchido de la
alegría de la fe, la fe cristiana en la muerte y resurrección de Jesucristo.
Porque siempre la fe nos lleva a la alegría y ella es la madre de la
alegría que nos enseña a vivir y caminar por este camino de alegría y a vivir
esta alegría.Este es el punto culminante,esta alegría del encuentro de Jesús y
María. Este es el punto culminantedel camino de la fe de María y de toda la
Iglesia. ¿Cómo es nuestra fe? ¿La tenemos encendida como María también en los
momentos difíciles, en esos momentos de oscuridad? ¿Tengo la alegría de la fe?
Esta tarde, María, te damos gracias por tu fe mujer fuerte y humilde
yrenovamos nuestra entrega a ti, Madre de nuestra fe.
Amen
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