Hay un viejo poema, que no recuerdo cual es ni quien lo escribió, en el que uno de los protagonistas se declaraba como el mayor de los pecadores y en esos momentos en los que parecía que se golpeaba el pecho manifestando todo su dolor fui interrumpido por su Ángel de la Guarda que le dijo vanidad, amigo mío; no lo eres en absoluto.
Es que a los hombres se no mete la vanidad hasta para declarar nuestros pecados. Somos los mejores conductores, los mejores entrenadores de fútbol, la que mejor ha ido arreglada a la fiesta y, si es el caso, hasta el más grande de los pecadores.
Vamos a dejar de ser cupletistas vanidosos y ser más humildes reconociendo que somos unos pobres pecadores que necesitamos el perdón del Señor en el Sacramento de la penitencia.
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