El purgatorio, a menudo imaginado como un lugar, es más bien un estado. Quien muere en gracia de Dios (por tanto, en paz con Dios y con los hombres), pero necesita aún purificación antes de poder volver a Dios cara a cara, ése está en el purgatorio (1030-1031).
Cuando Pedro traicionó a Jesús, el Señor se volvió a Pedro: y Pedro salió fuera y lloró amargamente. Éste es un sentimiento como el del purgatorio. Y un purgatorio así nos espera a la mayoría de nosotros en el momento de nuestra muerte: el Señor nos mira lleno de amor, y nosotros experimentamos una vergüenza ardiente y un arrepentimiento doloroso por nuestro comportamiento malvado o quizás sólo carente de amor. Sólo después de este dolor purificador seremos capaces de contemplar su mirada amorosa en la alegría celestial perfecta.
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